Historias de acueductos: retos de abastecimiento
Luis Ángel / WWF-Colombia. |
Hacerse cargo de un acueducto veredal conlleva un gran esfuerzo. Entre
lavar filtros, dosificar el cloro para potabilizar el agua, estar pendiente de
la bocatoma, el desarenador y del caudal asignado (1,22 litros por segundo), se
puede ir toda la mañana. Los recorridos a pie son largos, pero ya son
costumbre. Las tardes se destinan a las labores de mantenimiento y administración:
atender daños en las tuberías, leer contadores, arreglar medidores o instalar
el servicio de agua en algún nuevo predio, así como repartir cada mes las
facturas, casa por casa, a los 200 suscriptores que tiene el acueducto
actualmente. Con eso, la jornada va acabando a las 6:00 p. m.
Reconocer la importancia y las complejidades
de esfuerzos como el de Luis Alberto ha sido una prioridad para el proceso de
Custodia del Agua (DCA) en la cuenca de los ríos Negro y Nare que, desde 2015, ha
contado con la participación de miembros de los acueductos veredales de la región.
Ejemplo de ello es el acueducto de Luis Alberto, en El Peñol, y el de la vereda
Piedra Gorda (municipio de San Vicente), liderado por Fernando Alzate, un administrador
de empresas jubilado que se ha dedicado a hacer crecer esta organización
comunitaria. Desde los DCA se trabaja en el Acuerdo 12, para continuar con el
fortalecimiento integral de los acueductos y la promoción de la asociatividad
entre ellos para consolidar su trabajo en el territorio.
El acueducto de Fernando comenzó a operar hace
20 años con 80 suscriptores. Ahora tiene 650, ubicados en cinco veredas con
1700 habitantes, una de ellas del municipio de El Peñol. Actualmente, es el
presidente de la junta administradora del acueducto y de la reciente Asociación
de Acueductos Veredales de San Vicente. A diferencia del de Luis Alberto, este es
más grande: cuenta con un operador de planta, un fontanero y personal
administrativo. Su junta la conforman Fernando, como presidente, y cuenta con vicepresidente,
secretaria, tesorera y dos vocales comunitarios. Para Fernando como para Luis
Alberto, dar cuenta a la comunidad del uso e inversión de los recursos ha sido
la clave de su gestión.
Los retos
En estos 14 años de trabajo, Luis Alberto ha
aprendido a sortear luchas diarias para prestar un buen servicio: “Al principio, yo no sabía ni pegar un tubo. Pero ya cuando está
uno realmente al frente de esto, se ven las dificultades. Por ejemplo, cuando
se presentan fugas internas y se queda una parte de la zona sin agua; o cuando
se arrecia mucho el invierno también es complicadito: se vienen derrumbes, se
revientan tuberías, o hay turbiedad en el agua; ahí mismo la gente se queja:
‘Vea ese pantano que está llegando y que para cobrar sí…’”.
Fue precisamente el tema de los pagos y la facturación el reto más
grande que ha enfrentado hasta ahora en el acueducto: “En sus inicios, la gente
pensaba, como toda la vida había cogido el agua de las acequias, nunca habían
tenido que pagar un peso. Pero ya tener un servicio de eso y concientizar a la
gente para el pago, fue muy difícil”, cuenta Luis Alberto como anécdota.
En
2004, el acueducto comenzó con 150 suscriptores; por cinco años, cada uno
pagaba dos mil pesos mensuales y se le daban 20 metros cúbicos. Sin embargo,
los gastos no lograban solventarse. Esto llevó a realizar un estudio de costos
y tarifas. Sus resultados mostraron que era necesario cobrar cada metro cúbico
de agua consumido. Esto puso tensa la situación con la comunidad. “Pero solo
así podríamos acceder a un subsidio del municipio. En la asamblea, muchos se
rebotaron y empezaron a decir que se iban a salir del acueducto. A la hora de
la verdad, se retiraron apenas 10; pero luego volvieron”.
Luis Alberto Ramírez, durante el encuentro del Colectivo de Custodia del Agua, en julio de 2018. Foto: Tatiana Rodríguez /WWF-Colombia |
El Oriente Antioqueño necesita sus
acueductos veredales
Aun
cuando haya mucho por mejorar, para Luis Alberto y Fernando, los acueductos
veredales no solo proveen agua potable. También son escenarios y oportunidades
de conservación del agua y los ecosistemas, no solo porque se capacita en torno
a la importancia de cuidar el recurso hídrico, sino porque además crean áreas
protegidas alrededor de las fuentes que proveen el agua y, por ende, los
ecosistemas que proveen el recurso.
“Antes, cuando no existía el acueducto, la gente iba cogiendo el
agua por ahí y no tenían tanto conocimiento sobre la contaminación. Ahora están
más atentos a cuidar la microcuenca”, dice Luis Alberto. Por su parte, Fernando
resalta: “estamos usando parte de los fondos del acueducto en el
área de protección de la fuente de agua que nos abastece. Tenemos en este
momento 50 hectáreas como área protegida donde nace el agua. Esa área es del acueducto
y del municipio de San Vicente”.
Para ambos es fundamental que estos acueductos se fortalezcan y sigan
siendo comunitarios, pues se garantizan tarifas más asequibles para sus
suscriptores, pero, sobre todo, involucran directamente a sus habitantes en la
conservación. “Cuando un acueducto es comunitario se tiene en cuenta toda la
comunidad y se habla directamente con todos los usuarios; así es más fácil que
la gente se concientice de que hay que cuidar el bosquecito, la microcuenca, de
tener buenas prácticas agrícolas y que no se contaminan las fuentes de agua”,
dice Luis Alberto.
Con la encuesta sobre el estado actual de los acueductos veredales,
liderada por el proceso de Custodia del Agua, se están conociendo más a fondo
las fortalezas y dificultades de estas organizaciones comunitarias. “Este
proceso es fundamental, porque lo que ha hecho es ubicarnos a todos, nivelarnos,
para que hablemos un mismo idioma”, destaca Fernando. “Es como si a uno le hicieron una radiografía, para ver qué
enfermedades tiene y cuáles son las que hay que atacar; es una radiografía del acueducto.
En El Peñol, algunos acueductos creían que estaban muy bien; pero cuando se les
hizo la encuesta, les abrieron los ojos. En realidad, hay muchas cosas por hacer”,
concluye Luis Alberto.
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